Para LA NACION
29.02.2008
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Hay tantas clases de clases como clases. Una de ellas
es la de las inolvidables: recuerdo una clase de literatura en la que el
profesor abordaba Don Quijote de la Mancha; de pronto, con un gesto
vehemente abre el libro y se embarca a leernos el pasaje donde el
Quijote muere. Entonces, el profesor empieza a llorar, llora mientras lo
lee, cada vez más desconsoladamente, con un último hilo de voz llega
hasta el punto final. Cierra el libro, saca un pañuelo, se recompone un
poco y dice: “Hemos perdido a un gran hombre”.
En el aula no vuela una mosca, fascinados por la escena. Después íbamos a
enterarnos de que en todos los cursos este profesor repetía la misma
escena de llanto emocionado en el mismo pasaje del libro. Era su pequeño
y pícaro aporte para que nos interesásemos por la literatura.
Hay tantas clases de escuelas como escuelas.
Un padre me comenta, asombrado, que en la escuela de su hijo no le
permiten que vaya con el pelo largo. Cuando se acerca a hablar con la
directora para defender el derecho de su hijo a tener el cabello como
guste, ella le explica que es por el tema de la pediculosis. Al padre no
le parece muy razonable la respuesta, siendo que las chicas sí pueden
llevar el pelo largo, y le plantea que, en todo caso, su hijo puede
atárselo.En fin, señor, termina confesando la directora, ocurre que no
queremos acá chicos anormales.
Hay tantas clases de docentes como docentes.
Una profesora me cuenta esta experiencia personal: en una prueba escrita
descubre a una alumna con las manos debajo del banco, se acerca y le
encuentra su machete escondido. No se enoja, no le grita, no hace
público el hecho, no la pone en evidencia frente a sus compañeros, no la
expone para que el resto escarmiente; en el más absoluto silencio le
retira la hoja y le pone un 1. Días después, le toma el recuperatorio y,
ya al final de la hora, vuelve a descubrir a la chica con las manos
debajo del banco. Se acerca, resignada, y encuentra que lo que escondía
esta vez su alumna era un ramito de jazmines. Son para usted, le dice, y
se lo entrega junto con el examen terminado y con la mayoría de los
puntos bien resueltos.Todo chico valora ser respetado, me comenta la
profesora, todo chico merece ser respetado. Porque son chicos, y están
aprendiendo.
Hay tantas clases de chicos como chicos. Unicos e irrepetibles, cada uno
con su mochila de problemas y de talentos; a lo mejor, la escuela
debería esforzarse por contemplarlos en particularidad, para que cada
uno desarrolle lo que tiene para desarrollar, también único e
irrepetible, más allá de lo que indican los programas con sus objetivos
tan generales.
Hay tantas clases de pasiones como pasiones.
La pasión por enseñar es una de ellas, y da la casualidad de que es esta pasión la que puede despertar la pasión por aprender.
Hay tantas clases de comienzos como comienzos, ojalá sea éste un
comienzo de clases totalmente apasionado para todos los docentes y para
todos los chicos.
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